Cuentan voces mejicanas que O. creció entre rancheras, copla y pop de los 70 y 80. Que roto un diabolo que jamás aprendió a manejar usó uno de los mangos a modo de micro sin pánico escénico alguno, bueno, una vez que por petición del público tuvo que cantar una de Rocío Durcal.
Cuenta un corrido que hace unos días un amor a la mejicana vía internet, que ha dado incluso una hija ya en el lado de los gringos, le pasó la merca deseada: un cd con canciones de esas que solo se consiguen por allá, con canciones que oía de pequeña en cintas que no aguantaron el paso del tiempo y de los cabezales, y con nuevos narcocorridos que llenan discotecas, de gente y de tiros.
Y entonces encontró dos melodías bien sonoras, en una un buen hombre que siempre se paga sus deudas se apuesta a su mujer, así que la entrega, pero antes, eso sí, con todo el dolor de su corazón la mata, en la otra un hijo perdona a su padre que mata a su madre porque lo traicionó amenazada.
Si somos lo que oímos O. debe rescatar viejas canciones no vaya a ser que en su subconsciente aún suene atractivo que el mundo gire mientras ella quiere a un bandido que en la venta de Vargas la ignora.
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